No esperaba a su amor platónico ni a su príncipe azul. Se sentaba a ver como, por una milésima de segundo el mundo se detenía ante sus ojos y la dejaba espiar, curiosa, sus secretos.
Cada escondite secreto, cada amante oculto, todas las sonrisas robadas y los besos sin dar. El mundo, le brindaba a ella, tan frágil, más de lo que cualquiera podría desear.
Era algo que iba más allá de lo que cualquiera pudiera comprender, y era asombroso. Bailaba por encima de todos, y reía eufórica.
Azul era una pequeña curiosa. Y había conquistado el mundo.